Mensaje de los Obispos de la Comisión Episcopal
de Relaciones Interconfesionales
con motivo de la Semana de Oración por la Unidad
de los Cristianos 2018


El Octavario por la unidad de los cristianos, la semana del 18 al 25 de enero, nos llama un año más a orar por la restauración de la unidad visible de la Iglesia. Desde hace ya algunos años el Consejo Ecuménico de las Iglesias y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos vienen encomendando los materiales de oración para esta semana de intensa plega- ria ecuménica a Iglesias y Comunidades eclesiales confesionales diversas de alguna región geográfica. En esta ocasión, para la semana de oración de 2018 se lo han pedido a las Iglesias y comunidades de la región del Caribe, y los materiales vienen cargados de la historia de poblaciones que fueron en gran medida objeto de la trata de esclavos durante los siglos de colonización, que han dado como resultado una realidad política y social compleja y, según los materiales, «con distintas formas de organización constitucional y guberna- mental, que van desde la dependencia colonial —británica, holandesa, fran- cesa y americana— a repúblicas nacionales».

El contingente poblacional descendiente de esclavos está integrado por gen- tes cristianas en gran mayoría, aunque de muy distintas confesiones, unos católicos y otros miembros de las congregaciones protestantes históricas y  en los últimos años miembros de comunidades evangelistas carismáticas y neo-pentecostales. Todos se han puesto de acuerdo para pedir a las Iglesias y Comunidades eclesiales que durante el Octavario no olvidemos su historia, porque como los israelitas fueron liberados de la esclavitud del Faraón, tras pasar por la opresión de los egipcios, la travesía del Mar Rojo y las pruebas del desierto, el pueblo de Dios alcanzó la meta deseada de la tierra prometida y, con ella, la libertad.

Esta apelación a la historia de la salvación es para ellos fundamental y nos invitan a ver en la semana de oración por la unidad un tiempo de gracia en el cual, inspirados por la gesta liberadora de Dios, que arrancó a su pueblo de la esclavitud para llevarlo a la meta de la tierra prometida, no desfallezcamos en las pruebas que hemos de pasar camino de la unidad deseada de la Iglesia. Los israelitas reconocieron que solo Dios fue el verdadero protagonista de su libertad, y por eso el cántico de María, la hermana de Moisés, tras el paso del Mar Rojo, lo celebra exultante de gozo: «Fue tu diestra quien lo hizo, Señor, resplandeciente de poder» (Ex 15, 6).

También ahora el logro consumado de la unidad de la Iglesia solo puede venir de Dios. No puede ser obra nuestra, aunque no se alcance sin nosotros, porque Dios quiere nuestra colaboración con este empeño que es voluntad de Cristo. Jesús oró al Padre en la noche de la última Cena con la intensidad emocional y el anhelo de la despedida por la unidad de sus discípulos: «Te pido, Padre, que todos vivan unidos. Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros. De este modo el mundo creerá que tú me has enviado» (Jn 17, 21).

Solo la permanencia en Jesús y, por medio de él, en Dios Padre, don que hace posible el Espíritu Santo, puede darles a los cristianos la unidad que puede hacer visible a los ojos del mundo el misterio de comunión que es la Iglesia, que hunde sus raíces y se alimenta de la comunión trinitaria del Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los cristianos necesitamos de aquella unidad que haga visible el amor de Dios por el mundo, un amor tan desconcertante que embarga de admiración al cantor del pregón de la vigilia pascual, que exultante de gozo anuncia la victoria de Cristo sobre la muerte cantando: «Esta es la noche en que, / rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría haber nacido / si no hubiéramos sido rescatados? / ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! / ¡Qué incomparable ternura y caridad! / ¡Para rescatar al esclavo entregaste al Hijo!».

Los pueblos esclavizados solo llegan a la libertad rompiendo las cadenas de la esclavitud, y los cristianos desunidos solo alcanzaremos la meta de la unidad rompiendo las ataduras que nos mantienen esclavos de un confesionalismo lleno a veces de prejuicios, cerrado y excluyente, que desconfía de los que no pertenecen a la propia confesión, que niega identidad cristiana a los bautiza- dos de otras confesiones cristianas.

Ciertamente, hemos de ser conscientes de que la fe nos garantiza saber que estamos, por la gracia de Dios, en aquella plena posesión de medios de sal- vación de quienes pertenecen a la comunión de la Iglesia. Así lo creemos y, por ello, nos mantenemos en la Iglesia católica. Creemos, sin embargo, que también las Iglesias y Comunidades eclesiales separadas de la Iglesia católica, tienen con nosotros elementos de comunión que nos permiten reconocerlos como verdaderos cristianos y discípulos con nosotros del único Señor. Hemos de creerlo de verdad, aun cuando los católicos disentimos de las Iglesias y Comunidades eclesiales protestantes en la interpretación de la verdad reve- lada. Hemos de tener clara conciencia de que, como el Vaticano II afirma, en estas Iglesias y Comunidades eclesiales salidas de la Reforma protestante, «existen graves discrepancias con la doctrina de la Iglesia católica, incluso sobre Cristo, Verbo de Dios encarnado, y sobre la obra de la redención, y, por consiguiente, sobre el misterio y ministerio de la Iglesia y la función de María en la obra de la salvación» (Decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, n. 20).

Justamente ahora, cuando el pasado 21 de octubre de 2017 se cumplían 500 años de aquella fecha del siglo XVI, en la cual Martín Lutero colocó las 95 tesis sobre las indulgencias en la iglesia del castillo de Wittenberg, dando co- mienzo a la Reforma protestante, tenemos que ser conscientes tanto de lo mucho que hemos avanzado hacia la unidad visible de la Iglesia, como de las oposiciones que persisten entre la Iglesia católica y las Iglesias y Comunida- des eclesiales protestantes. Hemos conmemorado juntos esta fecha histórica y hemos hecho evaluación de cuánto camino hemos recorrido juntos hacia la meta de la unidad, al mismo tiempo que tenemos clara conciencia de cuánto nos falta. Estamos convencidos de que tenemos mucho más en común con nuestros hermanos de las Iglesias y Comunidades de la Reforma que discre- pancias que nos separan.

Somos conocedores de su amor a las sagradas Escrituras, del común bautis- mo que nos configura con Cristo y del bien espiritual que se deriva de poseer la eucaristía, pues, aunque aún no hemos alcanzado un pleno acuerdo sobre el misterio eucarístico, nuestros hermanos separados, «al conmemorar en la santa Cena la muerte y resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa». Por eso el Conci- lio dice en el mismo lugar que «conviene establecer como objeto de diálogo la doctrina sobre la Cena del Señor, sobre los demás sacramentos, sobre el culto y los ministerios de la Iglesia» (Unitatis redintegratio, n. 24).

Es mucho lo que hemos avanzado en este diálogo que el Concilio proponía hace cincuenta años, y el acercamiento con nuestros hermanos anglicanos y luteranos ha sido muy grande. Es sabido que, por lo que se refiere a los cris- tianos orientales ortodoxos nuestra comunión en los sacramentos es plena y podemos reconocernos como Iglesias hermanas, aunque todavía hemos de llegar a la plena comunión en la manera de comprender la Iglesia universal y el primado del sucesor de Pedro, como servidor de la comunión universal de la Iglesia.

La Semana de oración por la unidad de los cristianos es ocasión propicia para que conozcamos mejor el diálogo de la Iglesia católica con las Iglesias y Comunidades eclesiales sobre la doctrina de la fe, llevado adelante con gran esfuerzo y dedicación. Es ocasión asimismo para conocernos mejor, porque los cristianos hemos de afrontar juntos el reto de una sociedad que, siendo cristiana en sus orígenes, se aleja de la tradición cristiana de fe. Es, sobre todo, ocasión propicia, para intensificar la oración por la unidad visible de la Iglesia, porque esta unidad sólo puede dárnosla Dios, que es misericordioso, como don que cause nuestra alegría, librándonos de las cadenas que condicio- nan y atan nuestra libertad de hijos de Dios. Esperando este don de la plena unidad, el Octavario es asimismo ocasión de manifestar en algunos actos de oración que podemos hacer juntos, lo mucho que compartimos en la fe; y la caridad de Dios que ya nos une y se puede testimoniar en algún acto social conjunto. Así iremos rompiendo unas cadenas invisibles que nos mantienen en tantas ocasiones esclavos de prejuicios y sin voluntad para poner de nues- tra parte lo que Dios nos pide: un corazón arrepentido de nuestras faltas y pecados y abierto a llegada de su gracia reconciliadora.Con nuestro afecto, os deseamos la bendición del Señor.

Madrid, 18 de enero de 2018

Los Obispos de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales

✠ ADOLFO GONZÁLEZ MONTES 
Obispo de Almería. Presidente de la Comisión

✠ FRANCISCO JAVIER MARTÍNEZ FERNÁNDEZ 
Arzobispo de Granada

✠ MANUEL HERRERO FERNÁNDEZ O.S.A. 
Obispo de Palencia